Con el trampolín humano, balancines, camas elásticas y columpios, el acróbata escapa de la ingravidez.
El contorsionista se encoge en su caja o se enrolla alrededor de una cuerda en posturas de reptil. Descoordinado y dislocado, desafía las leyes de la flexibilidad para lograr una expresión sobrenatural.
El equilibrista roza la muerte y magnifica su arte en escenarios urbanos, las torres de Notre Dame de París o el World Trade Center. Suspendido entre el cielo y la tierra, camina sobre las nubes.
Mano a mano combina la fuerza de quien la lleva y la elegancia de quien la lleva. Tablero de cocodrilo, balanza mexicana, ángel de espaldas, banquine… Poesía de palabras, dominio del gesto. El acróbata se convierte en una obra de arte viviente.
Hoy, el acróbata transcribe la vida urbana, sus ritmos frenéticos y sus desequilibrios. En las fronteras de la danza, del teatro y del gimnasio, sorprende, en la calle, lugar de intercambio, a un público de cerca, y traduce las antinomias del siglo.
El acróbata italiano Arcangelo Tuccaro, acróbata del rey Carlos IX en 1570 y autor de la primera obra de teoría del arte acrobático, publicada en 1599, concluyó: "porque hablar bien, saltar, son obras de arcángel". Sería imposible conseguir cartas nobiliarias con mayor elegancia.