En la alegre iconografía de la Pascua, se incluyen tres pequeños animales: el conejo, el pollito y el cordero. Pero mientras que el conejo y el pollito se mantienen en el lado positivo, simbolizando la perpetua renovación de la vida, el cordero tiene un significado diferente. Su simbolismo, arraigado en una profunda tradición, abarca tanto la luz como la oscuridad, la vida y su fin. Incluso la imagen más inocente de un cordero, como la de este sello de Pascua de Correos Croata, nos recuerda la injusticia de su corta vida y su inocencia que compensa las injusticias ajenas. Como si, desde el albor de la historia, el cordero siempre hubiera sido el "cordero del sacrificio".
Cuando el severo Yahvé del Antiguo Testamento salvó al pueblo elegido de la esclavitud egipcia, exigió que los marcos de las puertas de sus casas se marcaran con la sangre del cordero que acababan de comer para la Pascua, para que "nosotros" pudiéramos distinguirnos de "ellos" y librarnos de su terrible venganza. Lo que se requería era la sangre de un animal vital para la supervivencia humana: el alimento más exquisito, digno de un festín. No una oveja que ya hubiera vivido parte de su vida, ni un carnero que al menos tuviera cuernos como señal de posible resistencia. Sino precisamente la sangre de un cordero: al pedir un cordero, Yahvé sabía exactamente lo que pedía: que su pueblo elegido le diera garantías de futuro.
Ese cordero del Antiguo Testamento es una prefiguración de lo que sucederá en el Nuevo Testamento, cuando Cristo, sin culpa, se someta voluntariamente al injusto juicio humano, al sufrimiento y a la muerte. Cuando Juan el Bautista ve a Cristo, lo llama el Cordero de Dios, que quitará los pecados del mundo. Cristo, enviado desde otra dimensión al reino humano, vino para distinguir la luz de la oscuridad, para conectar causas y efectos, y para mostrar el camino posible hacia la casa del Padre de donde provenía. Y para testificar que la vida no tiene fin. En cada celebración eucarística, se invoca a Cristo como el Cordero de Dios, y se renuevan los elementos de su sacrificio. Cada una de estas renovaciones es una promesa de Pascua.
El corderito sobre la hierba verde desconoce el simbolismo que conlleva. Lleva una corona en la cabeza, que antaño, en otra cabeza, fue una corona de espinas. Recordando un cuento popular, se podría decir que se encuentra río abajo del lobo. Eso no lo salvaría si detrás de él no estuviera todo lo que el destino del cordero le tenía destinado. Esta es la imagen del cordero ya en la Tierra Prometida, entre las flores prometidas. Ya ha resucitado.
Académica Željka Čorak