Desde tiempo inmemorial los viajeros y navegantes han dado nombre a los accidentes geográficos. Como la Antártida fue el último de los continentes en ser descubierto, los primeros cazadores de focas que recorrieron sus costas fueron bautizando las islas que descubrían y los accidentes geográficos más destacados. Así fueron apareciendo nombres descriptivos de la actividad que allí realizaban como “bahía balleneros”, de su aspecto físico como “isla Media Luna” o de sus gobernantes como “montañas de la Reina Maud”. Con el paso del tiempo, a estos nombres se fueron añadiendo los de legendarios exploradores como “mar de Amundsen”, “glaciar de Shackleton” o “isla de Scott”, entre otros muchos.
Con la firma del Tratado Antártico en 1959 se convirtió en un lugar para la solidaridad entre las naciones, sin fronteras ni armas, abierto a todos y donde las únicas actividades que se pueden realizar están relacionadas con la Paz y la Ciencia. A partir de ese momento los nombres de científicos empezaron a aparecer en sus mapas.
Así, en 2020, la máxima autoridad antártica, el SCAR (Scientific Committee on Antarctic Research) aprobó, a propuesta del Comité Antártico Búlgaro, que una isla de aquel continente llevase el nombre del investigador, explorador y escritor español Javier Cacho. En reconocimiento a su trayectoria profesional en aquel continente y a su labor de divulgación sobre la Antártida.
La isla está en las inmediaciones de isla Nevada, una de las 11 grandes islas del archipiélago de las Shetland del Sur, situado en el extremo de la Península Antártica. Es una llamativa isla rocosa de 750 m de largo y 350 m de ancho, con alturas próximas a 75 metros. Cuando se descubrió a principios del siglo XIX, parecía ser un extremo de la península de Hall, pero hace unas décadas se fundió el inmenso puente de nieve de casi 200 metros de longitud que lo unía. En la actualidad, es la única isla que lleva el nombre de un español vivo.
Javier Cacho