Clara Campoamor fue la política que el 1 de octubre de 1931 defendió y logró que se aprobara en el Congreso el sufragio femenino en España. Toda su vida refleja un logro tras otro, una superación personal extraordinaria.
Nació en Madrid en la España convulsa y deprimida de 1898. Tuvo que trabajar desde los diez años, debido a la muerte de su padre, mientras se formaba por su cuenta como podía. En 1909, cuando cumplió 19 años, se convocaron las primeras oposiciones a auxiliares femeninas de Telégrafos: la primera telegrafista entró en lo que ahora conocemos como Correos en 1881. Clara obtuvo así plaza en la primera compañía estatal que incorporaba mujeres a su plantilla. En sus destinos de Zaragoza y San Sebastián estudió el bachillerato y preparó oposiciones al Ministerio de Instrucción Público: logró el primer puesto.
Combinó su trabajo allí con otro en el periódico La Tribuna, que congregaba a su alrededor a numerosos intelectuales, entre ellos mujeres feministas y sufragistas, que Clara frecuentó. El gran debate de la época era la igualdad de derechos, y muy especialmente el sufragio universal, y con un interés por la política y el derecho ya imparable Clara se convirtió en una de las primeras abogadas españolas en 1924, con 36 años. Su objetivo era la defensa de los derechos de la mujer, y así lo demostró cuando la eligieron diputada por Madrid en 1931 por el Partido Republicano Radical.
Frente a ella, con la tesis contraria, otra mujer con una carrera excepcional, Victoria Kent, la primera en colegiarse como abogada de Madrid. Clara había sido la segunda. Curiosamente, las mujeres podían ser elegidas para puestos políticos, pero no podían votar. Pese a que los apoyos se encontraban muy divididos, Clara ganó el debate, y las mujeres españolas pudieron votar en las elecciones de 1933, aunque por poco tiempo: la Guerra Civil les privaría de ese derecho y a ella la obligó a exiliarse de por vida.
Residió algún tiempo en Buenos Aires; después regresó a Europa y trabajó como abogada en Suiza. Murió allí en 1972; reconocida hoy como un referente indudable, aún emociona escuchar la claridad y la brillantez con la que defendió su causa en ese decisivo debate de 1931.
Espido Freire